La más profunda desesperación asaltaba a Connaught: contra todos sus valores de guerrero medieval, ¡se había apasionado por otro hombre! Amaba a Drue Duxton, deseaba desesperadamente el cuerpo dorado de miel soleada del legendario caballero que lo tomara prisionero en tierras inglesas. ¡Cómo deseaba expiar ese sentimiento que amenazaba su vida y su alma con el fuego del infierno!. Su amor por Drue era al mismo tiempo una bendición y una maldición.
Drue se compadecía del prisionero, cuyos ojos azules llenos de brillo que reflejaban el peso de todos los pecados! Pero no podía aliviarle los tormentos. Ella había renegado de su sexo por un juramento hecho por opción propia. ¡Ella había sido siempre y sería un caballero de su reino, no una mujer!
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